Salmos 139:16 “Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas Que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas”.
A través de este Salmo David está reconociendo que no era un error de la creación y que no vino a este mundo por equivocación, él tenía claro que aun cuando estaba en el vientre de su madre Dios estaba pendiente de él y que su vida no era producto del Azar sino de la planeación estratégica de Dios por eso dijo: “En su libro estaban escritas todas estas cosas que fueron luego formadas sin faltar una de ella”.
Es decir, sabía que todo lo que le pasaba, o dejaba de pasarle ya Dios lo sabía porque estaba escrito en el libro de la vida.
El desconocimiento de esta verdad eterna es lo que está produciendo la peor crisis de identidad de la historia y este no es un mal exclusivo de la adolescencia como se ha pensado, la realidad es que todas las personas sin importar su edad lo presentan.
Cuando estas crisis aparecen llegamos a un punto en donde no sabemos incluso ni quiénes somos y nos cuestionamos una y otra vez con respecto al sentido de nuestra existencia.
Lo cierto es que en las distintas etapas de nuestra vida nos vemos enfrentados a episodios traumáticos ya sea en la adolescencia con los cambios que ocurren a nivel físico y mental y en la edad adulta.
El tener que enfrentarnos a nuevos retos como la búsqueda de un nuevo empleo, en algunos casos un divorcio, una quiebra financiera o la pérdida de un ser querido entre otras, son cosas que nos provocan un desequilibrio emocional tan severo que en ocasiones perdemos hasta la noción de quiénes somos, que es lo que deseamos o quisiéramos lograr en la vida.
Llevándonos a sentirnos vacíos, asustados y solitarios, tan perdidos que ni siquiera sabemos hacia dónde nos dirigimos.
En momentos como estos, es importante recordar lo que Dios dijo en Génesis 1:26: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Con esto lo que el señor estaba haciendo era dándonos IDENTIDAD, algo que el mundo, jamás podrá otorgarnos.
La identidad nos permite resolver tres interrogantes ¿Quiénes, somos?, ¿De dónde venimos? y ¿Para dónde vamos?
¿Quiénes somos? Hay gente que se termina volviendo violenta porque los violentaron, abusador porque los abusaron o inseguros e inestables emocionalmente porque los rechazaron. Otros que se vuelven depresivos porque perdieron un empleo o los traicionaron.
El mundo siempre nos está colocando etiquetas para hacernos sentir unos fracasados, antisociales, unos bueno para nada, un error de la creación, o las ovejas negras de la familia. Pero usted y yo lo que somos es hijos de Dios, somos su obra maestra.
¿De dónde venimos? Muchos responden a esta pregunta: “Yo vengo de abajo, o de tal barrio o del tal país”, pero esa no es nuestra procedencia, nosotros no somos ciudadanos de este mundo, nuestra ciudadanía es celestial.
¿Hacia dónde vamos? A esta pregunta la mayoría responde: “Vamos para viejos”; pero el día que partamos de este mundo tendremos que regresar a la presencia de Dios si es que creímos que Jesús nos salvó, o separados eternamente de Él, si menospreciamos la sangre que derramó en la cruz al morir.
Renuncie a todo concepto erróneo o etiqueta que haya marcado o distorsionado su IDENTIDAD, Usted no es lo que su cónyuge, sus padres, el enemigo, el mundo, las tendencias, las modas o los medios de comunicación dice que es, usted es lo que la palabra de Dios dice que es.
“En ocasiones somos tan independientes que, aunque decimos creer en Dios, actuamos como si Él no estuviera presente. Tomamos nuestras propias decisiones, sin tener en cuenta sus recomendaciones. Todo lo que se planifica excluyendo a nuestro creador, es vano, inútil, incierto y poco esperanzador, porque, aunque el hombre propone, Dios es el que dispone”.
Humberto Cancio.
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