2 Crónicas 20:17 “Pero ustedes no tendrán que intervenir en esta batalla. Simplemente, quédense quietos en sus puestos, para que vean la salvación que el Señor les dará. ¡Habitantes de Judá y de Jerusalén, no tengan miedo ni se acobarden! Salgan mañana contra ellos, porque y o, el Señor, estaré con ustedes”.
Dice la escritura que un día vinieron Moab y Amon a hacerle la guerra a Josafat rey de Israel, cuando este se entera del peligro inminente que corrían sus vidas, se llena de temor y al comprobar que no tenían las fuerzas suficientes para enfrentarlos y derrotarlos decide que lo mejor es buscar a Dios en ayuno y oración y no lo hizo solo sino que convocó a todas las familias de Judá.
No sé realmente cuanto tiempo llevaban intercediendo ante Dios, lo cierto es que el momento cumbre o el punto de quiebre se produjo solo cuando ellos se humillaron de corazón, escuchemos el peso de sus palabras en: 2 Crónicas 20:12 “ !!Oh Dios nuestro! ¿no los juzgarás tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos”.
La humillación fue la clave, lamentablemente a muchos nos cuesta humillarnos ante Dios porque toda la vida nos enseñaron que humillarse es rebajarse ante una persona, pero el humillarse ante Dios no significa rebajarse, sino “Depender de El”, “Someterse a su perfecta voluntad”.
Miremos en que consistió la humillación de Josafat, cuando le dijo a Dios “No tenemos la fuerza”, “No sabemos que hacer”. “A ti volvemos nuestros ojos”. Lo que hizo fue reconocer su debilidad, su impotencia, su fragilidad.
Al ser humano le resulta difícil humillarse, porque el humillarse implica “estar dispuesto a”, “reconocer y accionar”, “rendirse” reconocer que no somos perfectos, ni expertos, que nuestras capacidades son limitadas, que existen áreas en nuestra vida que necesitan ser totalmente cambiadas.
La palabra Humillarse en el original viene de humildad, el mismo Jesús dijo: Mateo 11:29 “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”. Lo contrario a humildad es orgullo y el orgullo es el que nos permite admitir nuestros errores, reconocer que necesitamos ayuda, nos convierte en autosuficientes, una persona orgullosa difícilmente reconoce su necesidad de Dios.
Humillarse significa aceptar que soy una criatura y Dios es el creador, entender que en mis propias capacidades no puedo lograr grandes cosas como las lograría con Dios a mi lado, reconocer que dependemos de Dios y no de las personas que nos rodean.
El mismo Jesús dijo en el evangelio de San Juan 15: 5 “Apartados de mi, nada podéis hacer”. Eso quiere decir que para que Dios actué en nuestra vida lo primero que debemos hacer es reconocer que sin Él no podemos hacer nada. Debemos dejar de creer que es por nuestra unción, consagración, por nuestra fe, por nuestros ayunos y oración, sino por su gracia.
Solo cuando Josafat y su pueblo pudieron reconocer esta verdad eterna, fue que Dios envió su respuesta diciendo: “Pero ustedes no tendrán que intervenir en esta batalla. Simplemente, quédense quietos en sus puestos, para que vean la salvación que el Señor les dará”.
Y efectivamente eso fue lo que ocurrió; afirma la palabra que cuando ellos comenzaron a entonar cánticos de alabanza y adoración sus enemigos se mataron entre ellos mismos.
Que aprendo de todo esto, que Dios lo único que está esperando es que nos humillemos en su presencia, que dependamos de Él, que reconozcamos que sin él estamos perdidos, para hacer que aquellos que querían tu mal se destruyan entre ellos mismos sin que tu tengas que mover un solo dedo, como el alacrán que si no logra picar a alguien, se termina muriendo con su propio veneno.
“Cuando en medio de una tribulación no logramos avizorar una pronta solución, tratamos por nuestros propios medios resolver la situación, olvidando que lo sobrenatural no ocurre cuando actuamos nosotros, sino cuando interviene Dios. Si hasta ahora batallas sin obtener resultado, entrégale tu lucha a Dios y el triunfo estará asegurado”.
Humberto Cancio.
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